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#QuedateEnCasa - Medina Azahara – Patrimonio Histórico de España

A cinco kilómetros de Córdoba, el califa Abderramán III erigió Madinat al-Zahra (Medina Azahara), una nueva y espléndida capital como símbolo de la grandeza de su reinado.

A finales del siglo XIX,  los textos recuperados de las antiguas crónicas árabes confirmaron que el enclave situado a poniente de Córdoba se correspondía con Madinat al-Zahra (Medina Azahara), la ciudad que el califa omeya Abderramán III había ordenado construir en torno al año 936. Todavía eran visibles allí innumerables restos y ello permitió en 1911 dar comienzo a unos trabajos arqueológicos que, con distintas alternancias, han continuado durante el último siglo. Mil años después de su destrucción, Madinat al-Zahra ya no es la orgullosa capital del califato omeya, ni tampoco un paraje poblado por evocadoras ruinas, sino un conjunto arqueológico estudiado atentamente por generaciones de investigadores que han sacado a la luz los restos de una ciudad de 112 hectáreas, de las que sólo un tercio han sido excavadas.

Para conocer Madinat al-Zahra es necesario dejar a un lado las muchas leyendas que los autores árabes trenzaron sobre la ciudad. Para empezar, su emplazamiento no fue fruto del capricho: Madinat al-Zahra se encuentra en el lugar exacto en el que la montaña penetra en el valle del Guadalquivir, lo que permitió a sus planificadores diseñar un sistema de terrazas en el que las zonas más altas correspondían a la residencia del califa y a las salas de audiencias, mientras que las más bajas se destinaban a la ciudad propiamente dicha.

El conjunto estaba unido a Córdoba por tres vías que salvaban pequeños arroyos mediante grandes puentes que todavía subsisten –como el de los Nogales–, mientras que un complejo sistema de canalizaciones aprovechaba parte de la antigua infraestructura romana para derivar conducciones nuevas, como el acueducto de Valdepuentes.

Todas las construcciones de esta ciudad están realizadas con una piedra arenisca similar a la empleada en la mezquita de Córdoba. Su procedencia es las canteras de Santa Ana de Albeida, situadas al norte de Córdoba. El mármol blanco, procedente de Estremoz (Portugal), aparece en columnas y capiteles que revelan la extraordinaria maestría de los artesanos califales, capaces no sólo de labrar exquisitos detalles de decoración vegetal, sino también de incluir inscripciones en árabe con bendiciones al califa o menciones a los encargados de la construcción. El mármol –o más raramente el alabastro– también aparece en pavimentos de las estancias más destacadas, con losas de grosor y tamaño impresionantes. En otras zonas se empleó un tipo de caliza violácea, que ofrecía un exquisito contraste con los muros estucados en blanco y con decoraciones en color rojo almagra. Si a todo ello se unen las zonas ajardinadas, las fuentes, los estanques y la profusa decoración de atauriques (arabescos) con interminables motivos vegetales podremos entender por qué algunos autores árabes llegaron a afirmar que se trataba de una de las ciudades más espléndidas jamás construidas por el hombre.

Gracias a los arqueólogos sabemos qué función tenía cada uno de los espacios que forman el alcázar (recinto fortificado). No hay duda, por ejemplo, de que en la parte más alta de la ciudad se situaba la residencia del califa, la llamada al-mulk o "morada del poder". Aunque hoy muy arrasada, aquí se alzaba una gran vivienda, posiblemente con un espacio para el harén, en el que una terraza dominaba toda la ciudad que se extendía hacia el valle del Guadalquivir.

Los restos arqueológicos del alcázar de Madinat al-Zahra confirman que, aparte de la casa del califa, sólo existían allí otras dos viviendas de prestigio: la de su primogénito y sucesor, el futuro al-Hakam II, y la del personaje más poderoso de la administración, Yafar al-Siqlabi. Los demás hijos del califa vivían en Córdoba, apartados de la política.El resto del sector occidental del alcázar estaba destinado a gentes y espacios dedicados al servicio o a la guardia de estos personajes.

Madinat al-Zahra fue concebida como un gran escenario para la representación del poder del califa. Cuando llegaba una embajada extranjera, accedía a la ciudad a través de una puerta triunfal formada por ocho grandes arcos y situada a levante. Franqueada esa puerta, soldados y multitud de sirvientes acompañaban a los recién llegados a través de un dédalo de callejuelas interiores que les conducían a las salas de representación y de reuniones solemnes que se encontraban en la parte oriental del alcázar. Otro de los primeros edificios que veían los recién llegados era la mezquita principal –había al menos dos más en otras zonas de la ciudad–, perfectamente visible por su minarete y por su inequívoca orientación hacia el sureste, mirando hacia La Meca.

A la muerte de al-Hakam II, lo sucedió su hijo  Hisham II. Este  accedió al poder de forma irregular, pues era todavía un niño y la ley musulmana prohibía taxativamente el nombramiento de un menor como califa. Los grandes dignatarios de la corte comenzaron a rivalizar para hacerse con el poder. Éstas fueron las circunstancias que cimentaron el ascenso del célebre Almanzor, quien pronto convirtió a Hisham II en una figura decorativa, mientras él mantenía el control efectivo del Estado. De hecho, Almanzor decidió construir una ciudad palatina propia, Madinat al-Zahira, situada a occidente de Córdoba y que hasta la fecha no ha podido ser localizada.

Eclipsada por su nueva rival, Madinat al-Zahra se convirtió en la cárcel dorada de Hisham II, en la que el joven califa vivía entregado a sus placeres y de la que apenas salía más que en ocasiones muy señaladas. La ciudad quedó así fosilizada en torno a un califa que era la sombra de un califa, y una administración que ya no administraba nada. En ese tiempo marcado por el dominio de Almanzor, en torno al año Mil, lo que nadie podía sospechar, sin embargo, era que los días de la ciudad y del propio califato omeya estaban contados.

Os dejamos con una visita en 3D de esta ciudad de ejemplo de grandeza

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